Hace una semana pude conocer a un gran tipo, una de esas personas que te hacen ver lo capullo que puedes resultar, que te hacen ver que no hace falta demasiado para ser feliz.
Mustapha se acerca a los treinta, llevaba dos semanas en España cuando lo conocí, era la séptima vez que entraba en el país, y al menos le espera un octavo intento, lo conocí detenido por tener una prohibición de entrada en zona selecta, en terreno vip, en el famoso territorio Schenghen, la frontera que separa el desarrollo y el poder del Sur.
Nacido en la zona del Rift, creció en una de las regiones más duras donde se puede hacerlo del Reino de Marruecos. Los rifeños son un pubeblo indómito, necesitan libertad. Son un pueblo duro y obcecado, lo que los ha llevado a la miseria y abandono por parte del reino a que pertenece, y del que quieren salir. Este independentismo hace que sea la zona marginal de un reino tan dispar como el marroquí.
En su último viaje Mustapha anduvo hasta Nador, en busca de un puerto conocido por la población magrebí de esta zona por su escasa seguridad y su gran vista gorda con aquellos que quieren cruzar al primer mundo como sea. Así en Nador, buscó un barco que zarpase rumbo Almería, el puerto más cercano a donde tantas veces ha intentado emprender una nueva vida, y donde al menos no estaría solo, allí seguían viejos amigos viviendo en multitud de barriadas, poblados o chabolas que pueblan el poniente almeriense. Localizado el buque aguardo que estuviese próximo a zarpar, y cuando esto estaba cerca de suceder se zambulló en el agua, asiéndose a una maroma y trepando por ella más de seis metros, sin protección de ningún tipo y por una cuerda mojada. Quince días después grandes franjas de piel quemada a lo largo de sus gemelos dan fe de la dureza de colarse en aquel barco, en cuya bodega de vehículos se ocultó durante las cinco horas que dura la travesía.
Abandonar el barco también necesitó de un esfuerzo importante, al menos para no ser detenido al amarrar. Así, al ver acercarse la bocana del puerto almeriense, se acerco a una amurada del buque y se lanzó al agua, desde más de seis metros se zambulló sin titubear, completando el resto del viaje a nado, y siempre dirección a alguna zona despoblada, donde nadie alertase de su presencia, donde le dejaran continuar con su camino.
Quince días después, detenido, sabedor que será expulsado una séptima vez, mantiene su sonrisa, no importa que lo echen, volverá a intentarlo, seguirá luchando por un futuro mejor, por disfrutar de la inmensa gloria de la libertad, por la fortuna de lo que para nosotros es miseria, con él viajarán sus pertenencias, una sartén, una muda y un par de bolsas con ropa para vender.