viernes, 18 de mayo de 2012

Son cerca de las nueve y media de una noche de febrero, acaba de caer la noche, noche que no es fría y que promete lluvia. Oscura, con el cielo rasgado de grises nubes. Conduzco ese viejo todoterreno rojo, el mismo que todo delincuente en varias decenas de kilómetros sabe es de la Guardia Civil. Junto a mi, un Guardia de origen marroquí con poco aspecto de poli al que el tiempo en la zona ha hecho ser conocido. 

Atravieso una de las barriadas más tranquilas, mientras pienso que esa persona, sucia, descuidada y cansada que me acompaña perteneció no hace tanto en unidades especiales del mundo del, por así decirlo, espionaje. Es un perro viejo, aunque apenas ha rebasado los treinta, es muy bueno, pero está cansado, y decepcionado.

En ese momento algo me saca de mis pensamientos e instintivamente invado el carril contrario, vacío en ese momento, evitando un obstáculo que después pude reconocer. Un contenedor de reciclaje de papel había caído sobre la carretera justo delante del vehículo que conducía, activando ese resorte oculto en mi interior, y al parecer en el de mi compañero, pues cuando quise darme cuenta, ya estaba el vehículo estacionado y nos encontrábamos analizando que había ocurrido.

La postal era triste, desoladora, un hombre completamente borracho intentaba meter a su hijo de once años en el contenedor, y este lloraba desconsoladamente. 

Al parecer, había tirado junto con varios papeles, y de forma accidental un billete en el contenedor, y su padre estaba tan borracho como para no saber que hacía, como para amenazar al chaval si no recuperaba el dinero, como para intentar meterlo en un contenedor donde poco más del brazo del muchacho cupiese, como para enfrentarse a dos agentes. La vergüenza y el miedo se veían en los ojos de aquel pobre muchacho que encontró refugio en un bar cercano, mientras la central nos informaba de que se trataba de un hecho habitual. Que esta persona solía emborracharse y formar altercados públicos. Al igual que su mujer, quien como él también consumía otras clases de drogas blandas. 

Así, en una casa en que las borracheras son frecuentes, como el consumo de cannabis, cuidado y educado por dos toxicómanos, eso si de los socialmente bien mirados, vive o malvive un pobre muchacho que carga con penas de las que no tiene culpa. Un chaval que crecerá marcado y condicionado por la vergüenza, el miedo, y el peor ejemplo que pueda recibir.

Sino estelas en la mar

Todo pasa y todo queda,
pero lo nuestro es pasar,pasar haciendo caminos,caminos sobre el mar.

Nunca perseguí la gloria,ni dejar en la memoriade los hombres mi canción;yo amo los mundos sutiles,ingrávidos y gentiles,como pompas de jabón.


Me gusta verlos pintarsede sol y grana, volarbajo el cielo azul, temblarsúbitamente y quebrarse...

Nunca perseguí la gloria.

Caminante, son tus huellasel camino y nada más;caminante, no hay camino,se hace camino al andar.


Al andar se hace caminoy al volver la vista atrásse ve la senda que nuncase ha de volver a pisar.


Caminante no hay caminosino estelas en la mar...


Hace algún tiempo en ese lugardonde hoy los bosques se visten de espinosse oyó la voz de un poeta gritar"Caminante no hay camino,se hace camino al andar..."


Golpe a golpe, verso a verso...
Murió el poeta lejos del hogar.Le cubre el polvo de un país vecino.Al alejarse le vieron llorar.


"Caminante no hay camino,se hace camino al andar..."
Golpe a golpe, verso a verso...
Cuando el jilguero no puede cantar.


Cuando el poeta es un peregrino,cuando de nada nos sirve rezar."Caminante no hay camino,se hace camino al andar..."



Antonio Machado