jueves, 28 de junio de 2012

Mustapha

Hace una semana pude conocer a un gran tipo, una de esas personas que te hacen ver lo capullo que puedes resultar, que te hacen ver que no hace falta demasiado para ser feliz.

Mustapha se acerca a los treinta, llevaba dos semanas en España cuando lo conocí, era la séptima vez que entraba en el país, y al menos le espera un octavo intento, lo conocí detenido por tener una prohibición de entrada en zona selecta, en terreno vip, en el famoso territorio Schenghen, la frontera que separa el desarrollo y el poder del Sur.

Nacido en la zona del Rift, creció en una de las regiones más duras donde se puede hacerlo del Reino de Marruecos. Los rifeños son un pubeblo indómito, necesitan libertad. Son un pueblo duro y obcecado, lo que los ha llevado a la miseria y abandono por parte del reino a que pertenece, y del que quieren salir. Este independentismo hace que sea la zona marginal de un reino tan dispar como el marroquí.

En su último viaje Mustapha anduvo hasta Nador, en busca de un puerto conocido por la población magrebí de esta zona por su escasa seguridad y su gran vista gorda con aquellos que quieren cruzar al primer mundo como sea. Así en Nador, buscó un barco que zarpase rumbo Almería, el puerto más cercano a donde tantas veces ha intentado emprender una nueva vida, y donde al menos no estaría solo, allí seguían viejos amigos viviendo en multitud de barriadas, poblados o chabolas que pueblan el poniente almeriense. Localizado el buque aguardo que estuviese próximo a zarpar, y cuando esto estaba cerca de suceder se zambulló en el agua, asiéndose a una maroma y trepando por ella más de seis metros, sin protección de ningún tipo y por una cuerda mojada. Quince días después grandes franjas de piel quemada a lo largo de sus gemelos dan fe de la dureza de colarse en aquel barco, en cuya bodega de vehículos se ocultó durante las cinco horas que dura la travesía.

Abandonar el barco también necesitó de un esfuerzo importante, al menos para no ser detenido al amarrar. Así, al ver acercarse la bocana del puerto almeriense, se acerco a una amurada del buque y se lanzó al agua, desde más de seis metros se zambulló sin titubear, completando el resto del viaje a nado, y siempre dirección a alguna zona despoblada, donde nadie alertase de su presencia, donde le dejaran continuar con su camino.

Quince días después, detenido, sabedor que será expulsado una séptima vez, mantiene su sonrisa, no importa que lo echen, volverá a intentarlo, seguirá luchando por un futuro mejor, por disfrutar de la inmensa gloria de la libertad, por la fortuna de lo que para nosotros es miseria, con él viajarán sus pertenencias, una sartén, una muda y un par de bolsas con ropa para vender.

lunes, 11 de junio de 2012

A la soledad de un soldado sin nombre


¡Madre, cómo se venía              
abajo la madrugada!                
Tenía veinte años mozos            
ardorosos como brasas,            
una bandera en la frente,          
una mujer en el alma...            
Su nombre, madre, su nombre        
lo ocultó el tiempo en la nada.    
¡Madre, que no sé su nombre!      
Madre... ¿Cómo le llamaban?        
Se despertaron los trigos          
con un roncar de granadas;        
el aire se puso negro,            
las amapolas sangraban.            
¡Madre, cómo se venía              
abajo la madrugada!                
¿Silencio? ¡No hubo silencio!      
Sólo un tronar de metralla.        
Sus veinte abriles de lirio        
los mordió un beso de bala.        
El rocío fresco, madre,            
quiso lavarle la llaga.            
¡Toda su carne tenía              
llantos de púrpura y nácar!        
Mudo le quedó el fusil            
entre las manos crispadas.        
¡Con una mirada, madre,            
se llevó la madrugada!            
No quiso mirar atrás              
por no ver qué se dejaba.          
Sus labios rezaron, lívidos,      
el nombre de una gitana,          
¡ay!, y se quedó dormido          
como la luna en la charca!        
Los juncos, amedrentados,          
lloraban, madre, lloraban...      
La muerte se lo llevó              
en su carreta enlutada            
y en el olivar, quedose            
vagando, anónima, un alma.        
¡Madre, qué pronto se vino        
abajo la madrugada!  
 


(RAMÓN GRAELLS BOFILL)