Emprendió ese viaje que sólo los más valientes y con un espíritu de gran fortaleza se atreven a emprender. Vendió todo cuanto tenía y se puso en camino.
Durante casi 3500 kilómetros recorrió el continente africano, la mayor parte del tiempo andando, porque hay lugares en los que es impensable ver un vehículo, aunque aquí podamos encontrar fácilmente tres para una misma familia. Durante este trayecto durmió bajo las estrellas, al frío y al calor, en noches plácidas o bajo la tormenta, con el único refugio de los árboles y la maleza, escondido y agazapado. Comiendo de lo que sus manos fueran capaces de proporcionarle, especialmente torpes en los primeros días, y maestras al final del camino. En días afortunados, pudo disfrutar del abrigo de algunas ruinas o refugios para ganado.
Cuando sus pasos le conducían por alguna aldea, era un día de júbilo, en que la hospitalidad y generosidad que sólo los más pobres y precarios son capaces de brindar. Esos días tenía comida caliente, un lugar para dormir y alguien con quien hablar. Otros días la fortuna le daba la espalda y era robado, apaleado o no encontraba que echarse a la boca. Un largo camino que se prolongó durante más de tres meses de un continuo caminar.
Y pese a esos días en que no tenía que comer, esas noches de soledad y miedo, esos asaltos nunca volvió sobre sus pasos, se mantuvo firme en su propósito de tener una auténtica vida, en la que las cadenas que le atan, las injusticias que sufre y los horrores que había vivido se fuesen para siempre y pudiera disfrutar de esa vida de persona, que está reservada a aquellos que la suerte les sonrió al nacer en un hogar del norte, aunque tuviese que arriesgar su vida, y sabía, el riesgo era muy alto.Un día llego a una pequeña aldea cercana a un puesto fronterizo español, donde no le fue difícil encontrar gente muy amable que por 34.000 dirham (unos 3000 euros) le llevaría hasta la costa española, lugar paradisiaco, donde los extranjeros eran bien recibidos, hacían falta grandes cantidades de trabajadores y de donde era el Barcelona. Un viaje muy caro, más de lo que tenía, pero que merecía la pena y que recuperaría pronto en una tierra tan rica y hospitalaria como España. Eso si, si les sorprendían entrando serían devueltos, por lo que el precio contemplaba tres intentos de entrada en territorio español.
Con esta motivación, y estando tan cerca de su sueño Moussa pasó algunos meses trabajando en el campo marroquí hasta que pudo reunir el precio del pasaje en un cayuco.
Pasó varios días en el mar, a la deriva en un bote masificado, donde apenas podía moverse. Orinando y defecando en ocasiones sobre si mismo, sin agua ni comida. Hasta que un día, medio inconsciente, sin saber muy bien si era realidad o delirio, vio acercarse en la noche un barco lujoso como nunca antes hubiese visto, lleno de luces y acabados soberbios, algo que no era si no una patrullera de la Guardia Civil, un viejo pesquero adaptado, que a él se le antojaba una maravilla. Y mientas eran subidos a bordo de ese gran barco, una lancha se dirigía a toda velocidad a una playa lejana de aquel punto, con la tranquilidad de que los guardias atenderían antes a medio centenar de gente moribunda que a interceptar una embarcación cargada de droga. Contemplaba el barco que les rescataba, los cadáveres de quienes no soportaron la dureza del viaje y la tierra que quedó atrás, ignorante que todo su esfuerzo e ilusión había sido utilizado por unos mafiosos que habían hecho de su esperanza un cebo para su autentico negocio, la droga.
Y ahora, con sus muñecas heridas por el acero de los grilletes que le impiden moverse, detenido en un país extraño, por policías que no hablan su lengua, deshitratado, hipotérmico y exhausto, es feliz, su mirada, su sonrisa lo delatan. Ha logrado su sueño, ha llegado al rico norte, lleno de posibilidades, y sobre todo, sigue vivo para seguir luchando por sus sueños. Y desde el otro lado, siendo quien le retiene, quien no le entiende y quien le engrilleta, se, que nos volveremos a ver, que por mucho que corramos por la arena, que encerremos y devolvamos a 4000 km, Moussa volverá una y otra vez, luchando por su sueño, que solo el mar tiene fuerza para ahogar.No importa cuanto hagamos por detener a quien quiere entrar, la esperanza y voluntad de un hombre es mucho más fuerte que cualquier patrullera, grillete o Guardia Civil que encuentre en su camino. Mil veces caiga, mil veces se levantará mientras siga vivo, y ese es un precio demasiado alto para cualquier tipo de política.
El problema no está aquí, ni tampoco la solución, están a 4000 kilómetros, donde mujeres y hombres arriesgan su vida más de lo que somos capaces de concebir por el sueño de una vida.
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